martes, 1 de mayo de 2007

España y sus fronteras

José Luís Rodríguez Zapatero ha hecho mucho por la normalización de las relaciones de España con uno de sus vecinos, el Reino de Marruecos, incluso en tiempos del Aznarato, aunque esto haya producido algún grado de incomprensión entre los saharauis, unos españoles más morenos que viven en la hamada de Argelia.

España siempre ha tenido quien fomente la xenofobia y, sobre todo, la “metafobia”, pero ni se puede despreciar nuestro futuro ni olvidar la Historia. En ambos influyen enormemente las relaciones con nuestros vecinos, con Europa, con América (toda ella, desde el Estrecho de Bering hasta el Cabo de Hornos) y con el resto del mundo. Aunque con el euro seamos más Europa, seguimos siendo España. Como tal constituimos el paso natural entre la Unión Europea y África. Un paso que estuvimos a punto de convertir en un Muro aún más cruel mediante la “política” de inmigración iniciada por la Administración Aznar, tan acorde con aquella “fortaleza europea” de la que no habla ya ningún demócrata con dos dedos de frente (!). Y con unas consecuencias harto conocidas. O bien podemos beneficiarnos, Marruecos y nosotros, de una relación amistosa, de un intercambio provechoso para ambos lados de esa fatídica frontera cuyo peaje se cobra demasiadas vidas y demasiadas ilusiones.

Los españoles hemos sido unos especialistas en buscarnos líos con nuestros vecinos. Pero es que esa era la práctica generalizada y nunca hemos sido demasiado originales, la verdad sea dicha. La conducta generalizada, respetable e inexorable de un reino cristiano como Dios mandaba era guerrear con el vecino, mientras no se tenía un infiel a tiro. He aquí una de nuestras grandes paradojas porque, la mayor parte del tiempo que hemos pasado gobernándonos a nosotros mismos la mayoría éramos infieles. Pero no pasa nada, cuando formábamos parte del Islam también guerreábamos. Primero con los irreductibles, que no lo eran tanto; después con los vecinos hasta lo de Poitiers; y luego entre nosotros, rasgo muy español que aún se repetiría alguna que otra vez. Con esa actitud, ciertamente muy española y vinculada a la exégesis del orgullo patrio y la unidad de destino en lo universal, no nos ha ido nunca demasiado bien.

Un amor-odio que se ejemplifica muy bien en nuestras relaciones con Francia. ¿Nos invadieron o nos invadimos nosotros mismos? ¿No tendrían que habernos invadido un poco más? Los escolares franceses se ventilan en un párrafo sobre la guerre d’Espagne, una más de las que libró Napoleón, toda “nuestra” Guerra de la Independencia. Tras aquella guerra vino lo peor de nuestra historia, el desprecio al francés, con la acuñación de algún que otro mote, afición también muy española. Pero en el afrancesamiento de la burguesía española había calado algo más que la peluca empolvada o el amaneramiento, el refinamiento y otros –mientos más. También habían calado Diderot, Rousseau o Voltaire. La gente que utilizaba la cabeza para algo más que llevar la peluca supo de las ideas que emanaron de la Revolución Francesa, de la Declaración de los Derechos del Hombre y, más tarde, de la Comuna de París.

En otros lugares donde también hemos visto ya demasiados fantasmas, como Alemania, no sólo vino Hitler (que, por cierto, era de Bohemia). Entre los germanófilos españoles, tan denostados en algún momento, también los había (como Ortega o Giner de los Ríos) seguidores de Kant, Hegel o Krause; los que habían leído a Goethe, Heine o Schiller; disfrutado a Bach, Beethoven o Brahms. Aquellos heterodoxos de entonces fueron el germen de nuestra progresiva integración en Europa. De Alemania y de Francia, entre otros países europeos, nos llegaron los aires de emancipación y el despertar del movimiento obrero, la consolidación de la organización política y sindical de los trabajadores y la base sobre la que se construiría el Estado de Derecho.

De cómo se ha planteado históricamente nuestra relación con Portugal mejor no hablar, pues es algo harto conocido para los lectores de Extremadura. Y para los que no, otro día hablaremos de nuestras enormes manías. O de las suyas: d'Espanha, nem bom vento nem bom casamento.

Con nuestro vecino más meridional, tras más de un siglo de intentar hacernos con él, y después de pagar un enorme tributo de sangre, hubo de reconocerse su independencia. Durante la propia dictadura se mantuvo una correcta relación con el reino alauí. Y después, mejor, con Hassan II y con Mohamed VI. Hasta que, estupefactos ante la desastrosa política exterior del Ejecutivo de Aznar, tuvimos que asistir entre sobrecogidos y divertidos a sus escaramuzas con Fidel, la hilarante visita al finado Yeltsin, varias meteduras de pata clamorosas en Latinoamérica y medio mundo o aquellas reverencias a George W. Bush. Luego rizó el rizo, seguro que haciendo méritos ante éste último, provocando que Marruecos retirara a su Embajador en Madrid en vísperas de una Cumbre entre los dos países. ¿Y Perejil? ¿Qué me decís del gesto de autoridad de Trillo en Perejil?

Demostrando en aquella ocasión un enorme sentido de Estado y vistiendo la autoridad que le otorgaba su condición de Jefe de la Oposición y Secretario General del PSOE, José Luís Rodríguez Zapatero aprovechaba sus relaciones con el Primer Ministro marroquí y miembro a la sazón de la Internacional Socialista, para visitarle y abrir una puerta que nunca debió estar ni siquiera entornada, aliviando una situación claramente incómoda para ambos países. Ambos salieron fortalecidos del encuentro. Por un lado, Yussufi se consolidaba ante la opinión pública nacional e internacional como un hombre capaz de afrontar cuestiones de Estado, en un país acostumbrado a la oligocracia y aún demasiado sospechoso de vulnerar derechos fundamentales. Por otro lado, el joven líder de los socialistas españoles se estrenaba en política exterior devolviéndonos la confianza en lo mucho que el PSOE ha hecho por la apertura de este país y por hacerle un sitio en el concierto internacional. Fue, además, uno de los primeros contactos en positivo entre Occidente y el Mundo Árabe desde el 11-S, y se produjo, lógicamente, en una de sus principales intersecciones.

¡Feliz Primero de Mayo!

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